Saltar al contenido

Peripecias Tecnológicas en Tiempos de Robots, Apps y Nietos

Autor: Ana Morell – Colaboradora de la web Sociedad Cinco Uno.

¿Qué ocurre cuando la tecnología avanza más rápido que nuestra capacidad de adaptarnos a ella? En este relato entrañable y agudo, Ana Morell comparte sus peripecias tecnológicas —con humor, gratitud y una pizca de desesperación— desde los tiempos del disquete hasta las batallas con robots telefónicos. Un testimonio que ilumina los desafíos reales de la brecha digital y la importancia de la empatía intergeneracional.

La suerte de tener una nieta cerca

¡Feliz aquella persona mayor que tiene cerca una nieta o un nieto para ayudarla en sus apuros tecnológicos…!

Pero no todo el mundo tiene esta suerte. Yo soy afortunada por tener una nieta brillantísima para estos menesteres. Me ha resuelto problemas, me ha enseñado trucos (así los llamo yo), con su paciencia me ha sacado de pesimismos profundos causados por nimiedades telemáticas. Nunca se lo agradeceré bastante.

Ahora está en Berlín cursando un máster. Estoy perdida. No le puedo pedir auxilio. Una vez me advirtió: “tengo que ir a tu casa y ver en tu ordenador qué ocurre”. Tenía razón. Ya no le hago más consultas si está lejos. Espero a que vuelva.

Mis primeros pasos con la informática

Recuerdo cuando, hace muchos años, trabajaba en una ONG donde una secretaria (quizás ahora se la llamaría asistente) pasaba todos mis manuscritos a un ordenador y yo no tenía que preocuparme por problemas tecnológicos.

Dejé la ONG y trabajé un tiempo como autónoma. Debía ser el año 1994. Compré mi primer ordenador, dotado de una voluminosa estructura; ocupaba una mesa auxiliar. Así empecé mi lucha, a veces con y a veces contra el ordenador. Me parecía que en aquellos momentos ganaba las batallas. En conjunto, estaba satisfecha.

La pequeña empresa donde compré este primer ordenador tenía – y tiene – el curioso nombre de “Paciencia informática”. Podéis comprobar por internet que no me invento el nombre. No me importa hacerle propaganda.

Al principio no entendí la elección de este nombre por parte de la propietaria. Un tiempo después pensé: ¿Es ella la que tiene que tener paciencia con nosotros? ¿O los clientes con ella? ¿O con los ordenadores? Nunca se lo he preguntado, a pesar de los años transcurridos como clienta. Creo que me ha dado miedo escuchar la respuesta…

La revolución del teclado

Estaba escribiendo un libro y pensaba que el ordenador había cambiado mi vida para bien. Se habían terminado las excursiones a casa de María para llevarle mis manuscritos que ella pacientemente convertía en textos legibles con una máquina de escribir. Para rectificar, usábamos unos papelillos blancos con polvillo que enmascaraban letras. Las copias ya las hacíamos con fotocopias, dejando atrás el siniestro papel carbón.

Todo aquello se acabó con el ordenador. Yo sola, sin ayuda, podía corregir mis textos, cambiar letras, palabras, suprimir, agregar, alterar el orden de párrafos enteros. Era fantástico.

Recuerdos del primer ordenador

Recuerdo la primera vez en mi vida que vi un ordenador. Fue en una universidad en Washington D. C., en la primavera de 1968 (vaya primavera…). Una profesora nos trajo a la clase un aparato enorme, como una gran caja, no transportable por una sola persona. Nos explicó qué era y cómo funcionaba. Supongo que pasaron años hasta que volví a ver otro ordenador.

Nuevas batallas con nuevos dispositivos

Volviendo a los años 90, creo que durante un tiempo me fui adaptando bien al ordenador de torre que entonces usábamos. Los problemas empezaron más tarde, con los portátiles. Tuve que comprar un teclado aparte; el teclado del portátil no me iba bien.

Cuando cambié de portátil, los programas también eran diferentes. Nuria, la propietaria y excelente técnica de “Paciencia informática”, me dijo que no había más remedio: los programas mejoraban, eran más sofisticados y había que adaptarse. Me costó mucho. Más o menos había dominado los programas anteriores; me molestaba sentirme otra vez inútil.

Nuria me descubrió que podía, desde su ordenador, entrar en el mío y, con una flechita, ir resolviendo mis problemas. ¡Fantástico nuevamente!

El progreso que incomoda

Luego vino el problema de los “cambios para mejorar”, que se ha repetido en todas partes. Cuando ya usaba el cajero automático del banco a gran velocidad… cambiaron el dispositivo. “Es para mejorar el programa”, dicen. No le veo gran mejora. Lo mismo con el Bizum.

Quizás haya empleados que necesitan alguna distracción para entretenerse, pienso malévolamente, porque con los cambios –y también por otras causas– veo que aumenta el número de personas mayores que solicitan ayuda de algún empleado/a del banco para sacar dinero.

Estos empleados tan eficientes, de vez en cuando te cambian la contraseña de la aplicación. La última vez no me avisaron, así que pasé horas amargas para llegar a la conclusión de que habían sido “ellos/ellas” los autores del cambio, con el objetivo de “reforzar la seguridad” a beneficio de los clientes del banco. Hay que agradecérselo, sin duda.

Humanos contra robots

Otra lucha persistente y en aumento sucede con los robots telefónicos. Telefonear a algunas empresas es agotador. Te colocan el robot y tienes que batallar con él. Claro está que casi siempre te ofrecen la alternativa de entrar en su página web.

Recuerdo un incidente hace unos meses. El robot y yo no nos entendíamos porque lo que yo preguntaba no encajaba en su programa. Al cabo de un rato de disparates, me puse histérica y empecé a gritar: “¡Quiero hablar con una persona, no con un robot!”.
Milagro: como si al robot le hubieran impresionado los gritos, contestó una persona.

La brecha digital, vista desde la biblioteca

Los problemas de las personas mayores con las nuevas tecnologías son considerables. Un presagio lo tuve el día que volví a la biblioteca que más frecuentaba durante mis años de estudiante. Todo estaba cambiado. Habían adecuado nuevas salas en el maravilloso edificio gótico del siglo XV. Por supuesto, todo estaba digitalizado. Los antiguos archivos con sus fichas de papel-cartón habían desaparecido.

Me enfrenté a un ordenador para buscar un libro. No avanzaba en la búsqueda. En la misma mesa estaba leyendo un muchacho de unos 10 o 12 años. Le pedí ayuda. En unos segundos resolvió mi atasco.

¿Qué hacemos con todo esto?

Estamos en 2025, con un cuarto del siglo XXI ya transcurrido. Las tecnologías más que avanzar, galopan a ritmo frenético. ¿Cómo nos adaptamos?

Leo en el boletín de una ONG dedicada a infancia y adolescencia (Fundesplai), que ahora “actúan en la comunidad para reducir la brecha digital”. Han iniciado un programa para personas mayores, llamado “Más digitales”. Se dirige a personas mayores de 60 años y también a otros colectivos. ¿Se están prodigando ideas como ésta?

Observo a mi alrededor las capacidades tecnológicas de amistades, familiares y conocidos. No tengo datos estadísticos, ni los he buscado. Simplemente observo. En mi entorno urbano, personas profesionales entre 60 y 70 años se desenvuelven bien. A partir de los 70, el panorama cambia. Superados los 80, se entra de lleno en la brecha digital.

¿Qué necesitamos?

Entre los 70 y los 90 años –y más– toda ayuda es bienvenida para continuar con vida digital, que es tanto como decir, para llevar una vida no aislada, fructífera y placentera.

¿Necesitamos programas como “Más digitales”? ¿O bien que las entidades y empresas creen aplicaciones pensadas para nosotros? Podrían llevar un distintivo, como “Sin gluten” o “Sin lactosa”. Quizás algo como “Adaptado a mayores”. Aunque no suena tan simple.¿Necesitamos la primera propuesta o la segunda? ¿O bien las dos y muchas más?

Solo tengo preguntas. No tengo respuestas.
Se admiten todo tipo de propuestas.

Etiquetas:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *